La ansiedad es un trastorno que muchos escuchamos, pero muy pocos nos damos cuenta qué tanto puede afectar una vida, nuestras vidas. Pensamos que solo es estrés, un mal momento en la vida o una etapa donde todo logra acumularse.

Es así, se siente así, hasta que no sabes hasta cuando ponerle un límite o en casos cómo el mío, hasta que la utilizas para ponerle fin a lo mismo que te genera dicha ansiedad. Estamos acostumbrados a una vida con amigos, familia, amor, trabajo, estudios, metas, ambiciones y sueños y nunca nos imaginamos que un desorden, un trastorno o un miedo puede ocupar todo eso y borrarnos la identidad.

Como muchas personas, siempre he atravesado etapas difíciles o situaciones angustiantes en mi vida, pero siempre me consideré que lo tenía todo bajo control, pues siempre he tenido la suerte que me he sabido valer por mí mismo para resolver problemas y encontrar la paz y la felicidad a donde quiera que voy. Viniendo de una familia de padres unidos, un hermano, bastantes amigos, una novia, un trabajo bien remunerado y los planes para estudiar en el extranjero y cumplir mis sueños, nunca pensé que las cosas podían salir mal o que todo cambiaría de repente.

Lastimosamente, cuando la vida te golpea, no solo da un golpe, y no es solamente por un momento, sino todo junto. Algo despertó en mí, algo que no sabía que tenía guardado desde hace mucho tiempo, un instinto que me hacía reaccionar ante el peligro, ante el dolor y la tristeza, pero me hacía reaccionar de una forma autodestructiva, de una forma que hasta se volvió física.

Mi vida se volvió un dominó en cuestión de meses.

Me quitaron la beca por la cual había trabajado años por cuestiones absurdas y burocráticas. El trabajo donde me encontraba comenzó a atravesar por problemas legales los cuales generaban peligro de que me involucrara en hechos delictivos por lo cual tuve que renunciar. Mi abuelo, quien fue la persona que más me apoyaba, le fue detectado cáncer de pulmón y falleció. Mis padres se separaron, mi hermano desarrollo la diabetes, las personas que consideré mis mejores amigos me dieron la espalda y la persona que decía ser el amor de mis sueños jugó conmigo y me abandonó.

Generalmente estas son cosas que le sucede a una persona muchas veces durante su crecimiento después de la adolescencia, pero esta vez me tocó a mí y en muy poco tiempo, y al no saber manejarlo todo y solamente escapar de lo que me hacía daño, la ansiedad despertó en mí y comenzó a hacer estragos mi vida, tanto psicológica como físicamente.

No podía dormir ni comer. Dejé de ser la persona que era.

Dejé de hacer las cosas que me gustaban, tendía a enfermarme más, el cuerpo y la cabeza me dolían y vomitaba seguido. Incluso, cambié mis ambiciones, esperanzas, mi identidad y autoestima a raíz de no ponerle un límite a lo que me lastimaba.

Lo intenté todo, con una psicóloga que no me guió como debería. La religión solo me dejó esperando a que un día todo cambiara y se arreglara del cielo. Mi familia y amigos no sabían qué hacer o decir para que mi salud mejorase. El haber perdido la alta autoestima que tenía a raíz de la ansiedad hizo que yo mismo dejara que ese dolor entrara, esa ansiedad no me dejara dormir, que los hechos y palabras de personas que ya no tenían ningún valor en mi vida pudieran retumbar en mi mente y cortarme el impulso a muchos de mis planes.

Me sentía como una pelota que rebota a merced de cualquiera. A merced de la vida y de la ansiedad.

Por mucho tiempo sentía como si un monstruo habitaba bajo mi cama y que salía de bajo de ella a jugar con mi mente. Comenzaba a llenar mi mente de ideas dolorosas, de auto destrucción y lo peor que ya no podía conciliar el sueño sin la ayuda de pastillas o tener una noche tranquila sin tener que ir a vomitar por causa de los constantes nervios.

Me odiaba, pensamientos de desprecio hacia mí mismo venían una y otra vez y el escapar de todo, incluso de mi casa y del país solo lo empeoraban todo. Al ver que las personas me daban la espalda, inclusive mi familia, me hizo abandonar mi casa y me hizo independizarme de una forma muy brusca.

Cualquier persona pensaría que es una terrible idea que una persona que padece de ansiedad se aleje de su casa y se independice en medio de una tormenta. Cualquiera hubiera dicho que me iba a volver loco e iba a empeorar, pero al tener solamente una persona a la cual acudir, me hizo ser más fuerte.

Esa persona era yo

Al convertirme en un adulto, luchar por mi supervivencia, buscar mi bienestar y valerme por mí mismo, todo esto hizo que comenzara a darme el valor que había perdido hace tiempo.

El pasar tiempo solo y ser responsable de mí en todo aspecto me hicieron fuerte, tan fuerte hasta el punto que comencé a alimentarme mejor y a poder dormir. Incluso llegué al punto que pude cerrarle la puerta a las personas que decían ser mis amigos y sólo me lastimaban, sacar de mi vida a la persona que le había dado todo el amor que tenía y comencé a ordenar todos los detalles de mi vida.

Ese instinto de supervivencia al peligro llamado ansiedad me había hecho saber cuidarme y valerme. Comencé a alejar y tirar a la basura todas las cosas que me daban dolor.

Todo comenzó a estar mejor, pero la ansiedad aún estaba. Me había ayudado, pero aún hacía que me llenara de ideas dolorosas en mi mente. Al ya no tener personas que redujeran mi valor, darle importancia a problemas que me ocasionaran alguna frustración y cualquier tipo de dolor externo, solo quedaba lo malo que quedó dentro de mí. Esto llevó a recordarme momentos en los cuales había sido feliz; retroceder a los momentos en que todo estaba bien.

Comencé a buscar en esos momentos cuáles habían sido las cosas que me habían hecho feliz. Volví a descubrirme. Regresé a lo que me gustaba, los deportes, los hobbies, los amigos que nunca se habían ido, mi abuela que aún seguía cuidándome y visitándome constantemente y sobre todo a la música. La ansiedad había perdido el poder que tenía sobre mí.

Los pensamientos dolorosos que antes venían a mí, ahora los ocupaban experiencias gratificantes que vivía todos los días.

Empecé a hacer tanto y a consentirme que quedaba exhausto de muchas formas para comenzar a llenarme la cabeza de ideas. Hacer cosas que me gustaban, por más pequeñas o tontas que parecían se volvieron una rutina. Comencé a aceptar y a superar muchos de los problemas que había tenido en el pasado y de los cuales obtuve fuerza.

A mí no me ayudo una terapia, un sacerdote, un padre o una madre, un amigo o una nueva novia. 

La misma ansiedad me ayudó. Me ayudó a sobrevivir, a trabajar duro para poder mantenerme y a cuidarme y valerme por mí mismo. Me ayudó a conocerme de nuevo y a hacerme más fuerte para levantar ese dominó.

Conseguí un mejor trabajo, nuevos amigos, un mejor apartamento y regresé incluso a estar en forma. Conocerme a mí mismo, serme sincero con las cosas que me hacían feliz y cuidar a las personas que sí aportaban a mi vida y sobre todo, sobrevivir, fue lo que hizo darme cuenta que la ansiedad es una herramienta para saber dirigir la vida y darle un sentido cuando has pasado demasiado tiempo perdido.

No digo que lo que hice le funcione a todos, y tampoco puedo sugerir escapar de casa, pero digo que no hay mejor cosa que conocerte de nuevo y luchar todos los días para poder comer las cosas que te gustan, conseguir las cosas que te hacen feliz y estar bien.

Aún sé que vivo con ansiedad, pero la utilizo como una herramienta. Una herramienta para ser fuerte y recordarme quien soy. Una herramienta que al día de hoy me hizo volver a aplicar a la universidad que había soñado, ahorrar para ir a estudiar y no deberle nada a nadie y conocer el mundo por la música.  

Gustavo.