Pasó mucho tiempo, años en realidad, para darme cuenta de que lo que compartía con él no era amor. No era ese sentimiento de gusto por quien tienes al lado, tampoco era esa alegría por ver al otro crecer y alcanzar lo que desea. Mucho menos era una unión de aceptación y apoyo por el otro.

Conocí a Leo en mis últimos años de adolescencia, no importa cómo ni en dónde, sino lo que sentí desde ese momento. Siempre sentí una atracción fuerte e intensa por él, una sensación que creí nunca encontrar en alguien más. Todo fue muy lindo al inicio, todo parecía bien. Me gustaba mucho.

Me gustaba su personalidad un tanto reservada y misteriosa. Me gustaba el estilo que vestía y su gusto por la música no popular. Me gustaba que quisiera hablarme y verme con aquella intensidad. Quería que cada encuentro con él fuera íntimo, profundo y único. Sentía la necesidad de conectar con él cada vez más.

Con el paso de los años desarrollamos una relación bastante unida. Hoy sé que esa relación estaba muy lejos de un espectro saludable. Era un tipo de fusión entre los dos, una fusión que nos gustaba. Una fusión que nos hacía sentir especiales e inseparables.

La verdadera cara de la dependencia en nuestra relación comenzó a hacerse evidente cuando entré a la universidad. Cuantos más amigos nuevos hiciera y más me involucrara en actividades novedosas, mayores eran las inseguridades para Leo.

Utilizaba comentarios agrios como escudo para hacerme saber que no se sentía cómodo con lo que ocurría: “Deplano que ahora vas a ser igual que todos esos superficiales y vacíos con los que te rodeás” y tu no sos así, cómo has cambiado.

Era un momento en mi vida en el que efectivamente estaba explorando nuevos caminos, pero toda acción parecía ser equivocada e insuficiente para él. Los celos se incrementaron. Las peleas aumentaron.

Poco a poco la relación se convirtió en un martirio para mí. Sabía que no era sano, así que intenté finalizar la relación equis número de veces. Ni si quiera recuerdo cuántas veces cortamos y regresamos.

Siempre era lo mismo, yo quería terminar con esa relación desgastante, pero al cabo de unos días de hacerlo regresábamos porque el sentimiento de ausencia por el otro era insoportable para los dos. Nos consolábamos con el discurso de sos la única persona con la que siento esta conexión y el ciclo empezaba de nuevo.

Cada vez éramos menos tolerantes y más irritables el uno al otro. Las peleas eran más frecuentes, fuertes e hirientes. Parecía una competencia entre los dos sobre quién podía lastimar más.

Terminábamos insultándonos y diciéndonos que ya era suficiente, pero ambos sentíamos que nos necesitábamos. Era como una droga, sabíamos que nos hacíamos mal pero no nos podíamos dejar. La pasaba mal en la relación con Leo, pero la pasaba mucho peor sin él.

Y así puedo decir que transcurrieron 5 años más o menos. Hasta que, un abril del año 2013, tomé la decisión de acabar con lo que había iniciado hace mucho tiempo. Hubo eventos que creo que me ayudaron a darme valor para hacerlo. Me asustó mucho ver lo manipulador y violento que llegaba a ser cuando peleábamos. Me disgustó mucho que me amenazara con publicar fotos íntimas si lo dejaba.

Sentía que ya había alcanzado el límite y que debía salir de ese hoyo en el que me había metido.

Recuerdo bien una conversación interna que tuve conmigo misma, de esas charlas mentales que nos cargamos todos la mayoría del tiempo. Recuerdo haber hecho un compromiso conmigo misma que ahora en adelante haría las cosas diferente.

No me permitiría regresar una vez más a esa relación. Recuerdo estar muy consciente de lo mal que me sentiría después, pero sabía que tenía que hacer todo que pudiera para no volver a caer.

Después de terminar por última vez con Leo, le pedí ayuda a mi familia y amigas. En ese periodo me sentía muy sola y vacía. Me ayudó mucho pensar que no me sentiría así toda la vida. Imaginarme el futuro sin ese sufrimiento, soledad y vacío me motivaba a mantenerme firme en mi decisión.

Poco a poco el malestar se fue desvaneciendo hasta sentir que lo había logrado.

Tiempo después acudí a terapia y acabé resolviendo el rencor que aún permanecía muy dentro por esa relación. Descubrí una forma distinta de sentirme. Me sentí liberada.

Me sentí muy bien. La finalización de esa relación dependiente que tuve fue el inicio de una relación conmigo misma, la relación más importante que tengo ahora. Una relación que trato de cultivar lo más que pueda.

Lu.